Natalia Morales
Es interesante observar los cambios en la fiesta Olímpica, que han presenciado distintas generaciones con el paso del tiempo. Desde su primera edición, rodeada de mitos y héroes con poderes otorgados por los dioses, hasta el momento en el que se convierte en uno de los espectáculos más televisados, publicitados y que congregan a la mayor cantidad de deportistas alrededor del globo.
En un principio los Juegos Olímpicos existían con el fin de rendir tributo a los dioses, probando las capacidades físicas de hombres, que se retaban en estadios y coliseos, corriendo desnudos y probando su fortaleza física ante un público exclusivo. ¿Quién iba a pensar que esta fiesta antigua se convertiría en uno de los espectáculos más televisados de todos los tiempos?¿O que reuniría gran cantidad de marcas y patrocinios para cubrir la desnudez histórica de los deportistas? Pero quizá lo más asombroso de esta fiesta deportiva, consista en reconciliar en su interior, diferencias culturales, sociales, políticas y económicas, a través del establecimiento de reglas, metas, objetivos y demás características, que configuran el campo deportivo como una micro-sociedad, a partir de la cual podemos creer en la posibilidad de un trato justo y un juego limpio, a otras escalas más allá de las deportivas.